Si algo resulta evocador de la palabra Paral·lel es que nos sugiere que hay una alternativa a lo central. Y, dentro de esa otra posibilidad que puede hacerse real existiendo en paralelo, hay un detalle muy, muy clave, y más en los tiempos que corren: lo central y lo paralelo no entran en conflicto ni se cruzan generando confrontación: explora tu vía tranquilo, no me interpondré en tus movidas ni trataré de limitarlas. Una realidad paralela, una dimensión paralela. Para abrir un camino distinto y liberarlo del central, y hablamos aquí de que esto ocurra en cualquier ámbito o empresa colectiva hacen falta, efectivamente, convencimiento (a veces, muchas), organización y un ideal o proyecto diferente y convincente por el que merezca la pena abrir esta nueva vía, reunir las fuerzas para dar vida en paralelo a esa otra realidad.
El techno y los sonidos menos edulcorados de la electrónica contemporánea merecían encontrar un lugar en nuestras tierras que pudiese reunir, ni que fuese por unos días, un entorno y unas condiciones sustancialmente diferentes a lo que el verano solía ofrecerles: festivales masivos, bailes de cifras, bacanal de horarios, cemento con la pretenciosidad de lo artificial, djs inexplicables —o demasiado obvios— y estímulos incontables —gran parte de ellos, gratuitos—, colas y seguratas, selfies y demasiados cubatas. Además de los vinos de garrafón y de los que son muy buenos pero cuyo precio viene dado por su fama más que por su calidad, hacía falta una nueva denominación de origen en los festivales techno de la escena del sur de Europa: con otros beats y cuerpo, con otro lineup y otras ideas, con otras maneras de cuidar el tiempo y el entorno y, en especial, con una pretensión ajustada a una escala real, humana, que se puede alcanzar con la vista y se puede palpar sin la necesidad de un mapa. El resto de gente y tus colegas los irás encontrando sin prisas ni empujones. Ni siquiera pensarás que merece la pena compartir tu localización con alguien y, de hecho, el móvil, entre tanto árbol, tanto verde y tantas horas de azul y noche, se irá convirtiendo en tu bolsillo en un objeto menos reconocible, menos necesario, quizás como algo que te solía ser muy útil en otro lugar… Antes de adentrarte en la cumbre rural del techno en este entorno en paralelo, antes de subir la cuesta desde el refugio hasta las tiendas, este 1 de septiembre de 2017.
Hacía frío, oscurecía y el reloj se lo tomaba con calma: quedaban un atardecer, dos noches y dos jornadas por delante. Con un solo escenario al que acudir —y muchos lugares en los que recostarse y dejar el tiempo bailar—, y con sesiones programadas para la mayoría de los artistas de entre 3 y 4 horas, ¿qué necesidad había en apresurarse hacia el prado del Festival?
Aparentemente, ninguna en especial, pero una vez encontré la tienda, tras liarme patéticamente con su numeración como si acabase de llegar a Tokyo y estuviese intentando encontrar mi hotel con un mapa egipcio, me entraron unas ansias serias por bajar a toda hostia la pendiente: en aquellos momentos, si todo avanzaba como estaba previsto en la dimensión recién abierta por Paral·lel Festival este 2017, Nems-B estaba acercándose al cierre, y perdérselo no era un buen plan. Pero, peor que eso era escuchar el griterío ante determinados giros del set, que apenas llegaba como un zumbido, cuesta arriba, beat abajo. Y, ya se sabe, vísteme deprisa que me las piro a saco, así que acabé montándome un lío con mi organización de las cuatro cosas que llevaba en la mochila. Pero Dorisburg, la noche y el eco de un Nems-B que supo llevarse a casa un atardecer esculpido a su merced eran un escenario demasiado tentador como para fustigarse con los bienes materiales esparcidos en la tienda.
Paral·lel Festival 2017: olvidarse del paso del tiempo bailando por encima de él
Llegaba la hora de la primera noche al campo, de ver que efectivamente los franceses y los nórdicos se enteraban siempre de los planes que molan: algunos repetían y otros venían alentados por el buen feedback de los de la primera expedición. Es curioso: la sensación no era tanto de euforia como de bienestar, con esa paz del que llega a un sitio al que se le espera y al que sabe que podrá corresponder. Llamémosle cierto flow de público pro o, por lo menos, al margen de cualquier espíritu del botellón cáustico que se da en la enorme y vastísima variedad de festivales con acampada en nuestras tierras del sur.
Este technazo que suena con el soundsystem nuevo de Lambda Labs, uf, espera: ¿ya estamos en Refracted y adentrándonos en la frondosidad de la noche? ¿Pero y qué tal lo ha hecho Dorisburg en su live? Vanity, ¿qué estás tramando para seguir con esta crónica del Paral·lel Festival que hace que sea tan extraño intentar seguirte los pasos y lo que escribes?
La respuesta es sencilla aunque quizás no es la obvia ni la que has visto en tus últimas lecturas festivales. Pero, si tu lectura ya ha llegado hasta aquí, cuyo mérito es loable y agradezco, espero que te convenza mi propuesta para seguir con este regreso al festival o, si no fuiste, a lo que imaginas que Paral·lel Festival puede ser. Ponte serio, pregúntante: ¿Acaso esperarías de un festival diferente una crónica que siguiese las mismas pautas que tu calendario y la hora que marca el reloj de tu iPhone? Ya sé que crónica viene de cronos, y cronos es tiempo. Pero la teoría que dice que el tiempo solo va hacia delante no es mía y tampoco me convence del todo. Paral·lel me acerca más a creencias en las que el tiempo se expande y se dilata y avanza tanto en círculos como en contra de las agujas del reloj. Por eso, este viaje es bastante imprevisible y sus destinos son múltiples.
Si lo que buscabas son djs por conocer y un corte electrónico que te retase a no intentar reconocerlo según lo que se supone que lo tiene que petar en los charts de las revistas más célebres, no esperes aquí que un servidor vaya comentando día por día y dj a dj sus impresiones como burócrata festivalero.
Porque esto no es una visita guiada al exotismo del techno con traducción simultánea para todos los públicos, ni una llamada a la coherencia cronológica de la narrativa costumbrista del siglo XIX que admirables tipos como Balzac llevaron muy arriba pero que, afortunadamente, intruders como Kafka o Nabokov se ocuparon de atosigar y remover un poco en busca de un poco de moderneo literario. Pero los años veinte del XX quedan también lejos y, aunque aquí tampoco haremos alarde de ninguna vanguardia porque sería pasarse, toca escribir para los tiempos que corren y los temazos que suenan.
“El Paral·lel es como el David Lynch de los festivales de electrónica, como un viaje por los claroscuros del bosque de Twin Peaks que deja a la mayoría de festivales como un paseo de media tarde por La Casa de la Pradera.”
En otras palabras, si lo te gusta es comprar un perrito caliente con dos o tres salsas y pasearte un rato por la zona de merchandising para comprarle figuritas Lladró con djs de porcelana a tu madre antes de ir a la zona de las tiendas a pegarte la sobada, Paral·lel Festival is not your thing.
La experiencia Paral·lel dista mucho de la exigencia física de las raves en el desierto o de la semana del delirio en Burning Man, aquí puedes vivir razonablemente bien, comer bien y bailar bien, pero tienes que estar en el mood y alerta para petarlo en todo momento menos a la hora de dormir —es decir, antes de que salga el sol, unas horitas y a correr—. De otro modo, si intentas darlo todo el primer día o por la noche esperas más bien unos bailes de cortejo con una fogata y unas guitarras indie, entonces tendrás pesadillas y no pegarás ojo, por causas ajenas al efecto de nada que te hayas encontrado en las raíces de los bosques. Cosas como escuchar un bombo aka Neel sacando sus más de 3h de set de una lista de 20h de selección musical a las tantas de la madrugada del sábado, con la Luna comiéndose el cielo y emblanqueciéndolo mientras la gente se come cada nuevo track y se apunta a devorar el siguiente, deben parecerte entrañables, tiernas, reconfortantes.
Techno, oscuridad (y Luna llena)
El viernes terminé en la tienda algo atolondrado, como si recién comenzase a hacerme la idea de que estaba ahí, in the middle of the mountains, surrounded by beats, vibes and Guardiola de Berguedà. Mi sabiduría urbana, tan inútil como siempre a la hora de prever las necesidades más básicas, apenas me había procurado una sudadera raquítica que, ni sumándola a las sábanas que había cogido más las que ofrecían en el festival, servía aquello para morir temblando un poco menos. Mis compañeras de la tienda, gente con experiencia y echá pa’lante, lograron armar una especie de bed king size en el que, debo confesar muy a mi pesar de mis tendencias lascivas, no hubo más que fraternidad y charletas. Eso sí, capeamos las temperaturas que bajaban de los 10 grados (algo como 5 o peor) con un caliu razonable y el sábado todo amaneció con ganas de petarlo.
Sobre las 11 de la mañana, en la zona de barras, la aglomeración en busca de algo parecido al papeo de desayuno se producía sin incidentes ni malos rollos. El concepto “tenemos todo el día” y “habrá para todos” cuajó enormemente entre todos los asistentes al Paral·lel, a lo largo de los tres días. Ante cualquier contratiempo que ocurriese, en las duchas, en las tiendas o whatever, la gente no reaccionaba con la hoja de reclamaciones en la mano y las ganas de bulla, sino que adoptaba un rol pasivo en plan laisser-faire (recordemos que había mucho francés entre el público), tomándosela el percance con comodidad de funcionario y con una actitud mucho más mindfuln y menos dañina que la el ego-parade que se respira en otros entornos de club y festivaleros, rollo “lo quiero ahora todo ya”.
Bueno, pero, con todo esto, ¿dónde estamos ahora, Vanity? Podemos, please, entrar en esta supuesta experiencia de la que tanto alardeas pero que, por ahora, sigues manteniendo tan difusa como la neblina de los amaneceres en el refugi de Cal Companyó?
Sí, vamos allá y muy en serio.Situémonos con el cierre de Antonio Vázquez, que se ha ocupado de poner el escenario, pese a ser pronto, apuntando al baile soleado —el tiempo, durante el día, es maravilloso, el sol permite que todo el mundo lleve tan poca ropa como quiera— y los tipos de Lambda Labs —se rumorea que se pasan el día y la noche trasteando cables y partes del equipo y que nunca duermen— han dejado los cacharros sonado cosa mala. El año pasado, los natural.electronic/system ya fueron bendecidos con un cierre idóneo, not too techno, not too soft, y este año las expectativas y su prime time se lo ponían más arduo para sorprender. De hecho, creo que esta no fue su idea, ya que más que sorprender se preocuparon de situar con precisión milimétrica cada track para que el ambiente fuese a más, sin desbocarse, ya que quedaba mucha noche y los headliners todavía tenían mucho que decir —¡o no! ahora veremos—. Hacia su tercera hora de set, aquello era ya salseo top y el flow rural con su techno austero pero envolvente hacían que los árboles, los colegas y los franceses se moviesen a la par.
What’s next? ¡Esto parecía que ya estaba hecho! Pero, nein, ya se sabe, cuando crees que todo solo puede ir a mejor y te despreocupas dando por sentado que la diversión es infinita, zasca en todo el lineup.
Comienza a circular la noticia de que Mr. Function no está muy fino y se queda en Berlín, lástima que desde la capital germana avisen al runner justo 15 minutos antes de que el vuelo aterrice. Es decir, durante más de dos horas, hubo un avión en el que las cerca de novecientas personas + la organización del Paral·lel pensábamos que estaba Function y su maleta, pero, en Alemania, Function y quizás alguien más sabían que en ese avión no estaba él. Una realidad y otra se pusieron en contacto para que los germanos bajasen la temperatura y alegría de los de Paral·lel, pero fue precisamente este choque de realidades lo que abrió….
La realidad Para·lel: el reajuste para cubrir la ausencia de Disfunction diluye el paso del tiempo y los géneros musicales que estaban más o menos esperando aparecer en cierto orden. En el plano político no suena muy bien lo de “ante tiempos excepcionales, medidas excepcionales”, pero a la hora de poner musicón y abrir paso a la mejor noche del evento y, por qué no, a sus mejores y más salvajes horas, cualquier cosa que no sea excepcional puede ser una oportunidad perdida.
Juguemos de nuevo con el tiempo —pongámoslo a nuestra merced para terminar tan arriba que nos podamos quedar 3 horas bailando y reviviendo aquella épica y salvaje toma de mando que Yuka se marcó tras natural/eletronic.system, repleta de euforia y vinilos imposibles, caminos sinuosos e insaciables: esas horas magistrales que permitieron dejar lo de Function en una anécdota y le dejaron la pista a Neel para que, pese a estar medio enfermo pero convencido de querer petarlo, pillase la luna y su esplendor y lo fundiese con los tonos rojizos del escenario, nuestros pies siguiendo su techno sin concesiones y yo con la capucha puesta, convertido en una especie de chamán ritualizando para mí mismo, dando brincos en una de las esquinas del perímetro, convencido de que la comunicación no verbal entre Neel y yo era perfecta y me dejaba la pista libre para saltar de árbol en árbol y pasearme por ambas caras de la superficie lunar.
El cierre no fue de Neel si no que fue un All Stars, como decíamos, no escatimes si los planes no functionan: el dúo de natural/electronic, Antonio Vázquez y Neel fueron dándole track a track hasta pasadas las cinco. Pero yo estaba en la tienda, todavía temblando por lo vivido, esta vez no de frío, sino del magnetismo al que me había sometido, rendido ante la sensación de pura liberación físico y mental.
Yuka.
Del set de Yuka recuerdo diversos momentos, y por encima de todo recuerdo que mi cara era la de una creciente expresión en plan: ¡This is too good to be true! Me gusta mirar a los artistas que no tienen un rostro agresivo al pinchar, que desprenden esa media sonrisa entre el estar jugando y pasándoselo bien, sin perder un ojo ante lo que tienen delante, ante lo que queda por hacer y hacia donde quieren llegar.
Estas tres horas que has podido escuchar fueron mis mejores momentos de todo el festival. En un texto anterior al Festival queda por escrito “Yuka es la dj con la que más me cuesta conectar de lo que he podido escuchar”. Qué grande es saber que uno no puede saber cómo será todo escuchando el SoundCloud desde casa. Qué grande es que pese a que un dj cancele y ponga en jaque la ilusión y la calma de un festival que se lo juega todo a un escenario, se genere un tejido de artistas que improvisa y se suelta y explora un poco más lo que es capaz de hacer ante un público que no se lo tomará con suspicacia.
Y qué grande Yuka, urdiendo desde sus platos el giro definitorio y técnicamente más arriesgado de los que tenía delante, sabiendo que esa es la única vía de salir del término medio y la ruta habitual, el único modo techno de lograr que las montañas, el público, la noche y lo imprevisible se reúnan en ese otro lugar, el que ya somos unos cuantos que reconocemos como Paral·lel.
Salvo la imagen de cabecera (mía), el resto de fotos impecables de Dídac Ramírez.