Por qué un festival como Paral·lel Festival supone una perspectiva radicalmente diferente al festival que solo entiende a los asistentes como clientes a los que hay que servir maximizando el beneficio.
Puede que una de las principales razones por las que nos flipan tanto festivales como Burning Man sea que su éxito depende de algo mucho más complejo y sofisiticado que solo un buen lineup y unos djs que pinchan petando los altavoces y siguiendo el horario con una puntualidad dictada por el mismísimo Meridiano de Greenwich.
¿Acaso depende de que vaya mucha gente ? ¿De lo mucho o poco que molen los disfraces? ¿Que haya mucha gente de esa rara bohemia que solo parece existir en estos sitios y podamos sacarles muchas fotos pro? ¿O la cosa tiene más que ver con precio de las copas? ¿Quizás de que la cobertura en las redes sea inmejorable en todo momento? O, siendo pragmáticos, de que haya suficientes barras y nunca encontremos cola en los baños?
Exacto, depende un poco de cada uno de estos puntos, pero falta la pieza angular que convierta el festival que esperas durante tantos días (meses, años, quién sabe) en un encuentro que te reconfigure sensorial y emotivamente; en una experiencia de la que puedas salir con una sonrisa en la boca y casi levitando en vez de pegando gritos como un energúmeno desbocado y jaleando al personal para montar un after a lo guarro detrás del parking de camiones de la primera gasolinera cercana (y con los mismos temas que escuchas siempre y que tenías puestos de camino al festival).
Falta lo que tú puedes, sabes, quieres o te has planteado aportar. Porque en Burning Man puedes ir a montar un botellón y a intentar aprovecharte de los que se preparan con tiempo y calma sus campamentos o puedes currarte tantos disfraces, lenguajes inventados y regalos para la gente como quieras. Porque en el baño puedes repartir codazos para entrar primero o comentar a los que están contigo en la cola si están gozando del rollo o si hay algún artista que les haya molado en especial. Y así, en todo.
Todos la hemos liado en festivales, histéricos, borrachuzos y hormonados creyéndonos que nos comíamos el mundo. Seguro que en más de una ocasión hemos restado más que otra cosa. Por suerte, con el tiempo y unos cuantos temazos más, hemos aprendido de aquellos que ya han pasado por eso y que, poco a poco, como desplazándose sigilosamente en paralelo a nosotros, viven un festival cómo realmente han acabado sintiéndose más cómodos y conectados entre sí.
Mientras en algunos festivales los cabezas de cartel necesitan treinta pantallas de plasma, fuego, equilibristas, láseres, naves espaciales y un par de productores de Hollywood para entretener al personal, en otros basta con un sonido que solo los árboles y la vibración de la tierra se ocupan de hacernos llegar. Cuando la monotonía de un beat se transforma en tu mente y a tu alrededor en una suerte de meditación colectiva. Cuando ves que no hace falta darle al like para demostrar nada ni necesitas enfocarte con el móvil en la cara con la pantalla reventada de filtros para sacarte fotos porque estás demasiado ocupado sintiendo y dejando que tu cuerpo te lleve allá donde más le plazca. Cuando sabes que las colillas que estás tirando por todas partes y la bolsa de basura que acabas de tumbar las van va a recoger otros clubbers como tú y no un servicio de limpieza (que, en caso de ser así, tampoco mejoraría tu karma, la verdad).
Si esta serie de condicionantes, de decisiones que tomas en cada momento a lo largo de todo el festival, los diriges hacia una especie de bien común, la suma de todo eso hará que genios como Shifted, Peter Van Hoesen, Svreca o Cio d’Or te llevan mucho, muchísimo más lejos y tú y esas 999 personas más regresáis del mundo paralelo con la enorme suerte de no saber si has regresado o no de él.
*Aclaración: este post reivindica una determinada forma de entender los festivales en los que el asistente contribuye activamente a su buen funcionamiento. Aunque se usan ejemplos que estereotipan de ciertas actitudes o modos de vivir un festival, no pretendo dar a entender que haya tipos de festival, shows o géneros musicales mejores que otros. Por más exigente que sea el lineup, sin importar qué género musical o tipo de festival sea, si la organización falla a la hora de cuidar todos los detalles o los asistentes van dando tumbos antes de entrar al recinto, todo ese espectro de posibilidades queda reducido al sálvate como puedas y al clásico desespero de “tonto el último”.
Muchos ya hemos bailado suficientes veces con esta dramática canción y estamos deseando ser más de los que tienen ganas de compartir justo todo lo contrario: la sonrisa, el beat y el cambio de tonalidades del cielo al atardecer como verdadero e infalible reloj.*
Los consejos y peticiones de los organizadores de Paral·lel Festival para que bailar sea la única misión de todos.
Artículo publicado originariamente en Vicious Magazine (2016).